sábado, 7 de mayo de 2011

El robo medicinal

Ahora no tengo ganas de pensar. Hace cuatro noches que no duermo, y me da miedo volver al hospital porque no sé lo que me encontraré allí.
Tras aquella noche todo es diferente. La gente no es la misma, se comporta de forma extraña, ¿o quizás soy yo? Lo único que sabía seguro era que algo extraño había pasado y que no pararía hasta descubrirlo.
Entonces me dirigí como cada tarde al centro hospitalario Santa Fe. Entonces vi que estaban haciendo un medicamento bastante raro para las personas con discapacidad. Me pareció oírles hablar que servía para disminuir esa discapacidad.
Entonces decidí llamar a mi amigo Asier, especialista en medicamento nuevos. Él me dijo que intentaría robar uno de esos medicamentos para comprobar si no causaba efectos secundarios.

Esa misma noche me vestí de negro, para que no me reconocieran en la oscuridad y me metí una linterna en el bolsillo. Al llegar a la puerta del hospital, me encontré con un montón de médicos con sus batas blancas que hablaban distintos idiomas. Entonces, empecé a sospechar que esto era más importante de lo que yo me imaginaba al ver tanta gente reunida.
Me fui a una esquina y me escondí. Estaban hablando de una medicación sumamente importante para dar mejor vida a las personas con discapacidad, pero esas conversaciones que oía decían que iban a hacer negocio con esa medicación y que la iban a distribuir simplemente para la gente que tendía mucho dinero. Al oírlo me ardió el estomago. No podría consentir que solo se beneficiaran la gente rica.
Entonces, decidí esperar a que toda esa gente se fuera para entrar en acción. Me escondí en los baños del hospital y esperé durante cinco largas horas. Mientras me dirigía hacia el laboratorio del hospital, empecé a recordar toda esa gente con discapacidad que no podría beneficiarse de aquella medicina. Entonces decidí coger todas las medicinas para poder distribuirlas por todo el mundo y crear nuevas. ''Si eso es lo que haré!'' Me dije a mi mismo.
Al llegar al laboratorio, abrí la puerta y me fui hacia la nevera donde se guardaban. Cogí todas y me fui.
Tan pronto como llegué a casa, llamé a Asier. Le conté mi idea y le pareció perfecta. Entonces le dije que fuera preparando las mezclas para cuando llegara a su laboratorio.
Al llegar él ya lo tenía ya todo preparado, nos pusimos manos a la obra y sacamos unas veinte más.
Las distribuimos por diferentes hospitales y todos ellos crearon nuevas. La gente con discapacidad estaba sumamente contenta con nuestro trabajo y decidieron crear un monumento en nuestro nombre. Nosotros nos pusimos muy contentos y entonces creamos un nuevo laboratorio en el que se creaban nuevo medicamentos beneficiosos para todo el mundo.

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